
Lo has escuchado y, seguramente, también lo has dicho: “A caballo regalado, no le mires el diente”; o en su versión más criolla: “a caballo regalado, no se le mira el colmillo”. De cualquier manera, la recomendación es clara: no seas demasiado exigente con lo llega sin costo a la vida.
Aunque no sabemos exactamente cuándo comenzó a utilizarse este refrán en Cuba, su origen se remonta, al menos, 17 siglos en la historia. Está relacionado con una de las formas en que se calcula la edad de estos animales: por su dentadura.
¿Sabías que nacen con dientes de leche? Llegan a tener hasta 24 temporales, totalmente reemplazados por su dentadura permanente en cerca de cuatro años. También el llamado surco de Galvayne permitiría saber su edad pues aparece en el extremo exterior del diente desde los 10 años y desaparece a los 30.
Pero, si el caballo es regalado, ¿de qué vale mirarle su dentadura? Aunque sea muy viejo, nada ha costado obtenerlo. Por eso, el refranero popular dejó su sentencia tallada en piedra.
Algunos estudios atribuyen el refrán al “Padre de la Iglesia”, Eusebio Hierónimo (San Jerónimo). En sus comentarios a la Carta a los Efesios de San Pablo, escribió:
“Si solo sabes latín, no juzgues un trabajo que te dan gratis y, como dice el refrán popular, no mires los dientes de un caballo regalado”.
Por lo antiguo de su origen, este refrán se utiliza en muchos idiomas con el mismo significado. En inglés: never look a gift horse in the mouth; en francés: à cheval donné, on ne regarde pas les dents; en portugués: a cavalo dado não se olham os dentes; y hasta en húngaro, ajándék lónak ne nézd a fogát.
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